Narrativa de un cierre gastronómico

La suspensión de toda actividad social por el decreto del COVID 19 ha traído la consabida interrupción de los servicios gastronómicos. Los establecimientos hosteleros pueden producir comida a domicilio pero no mantener sus servicios en el local.

Esta dolorosa situación va a traer una enorme crisis económica y social y la provincia de Cádiz acusará la inmensa dependencia que tiene su economía del sector servicios. Lejos del drama y de la incertidumbre, tenemos que hacer la reflexión del modelo productivo en el que vivimos.

El turismo se ha convertido en un monocultivo. Somos un destino maravilloso hasta que dejamos de serlo. Nos hemos especializado en recibir, en ser hospitalarios en este paraíso del sur de Europa. Nos queremos tanto que hemos olvidado que somos vulnerables y solo hemos apostado nuestro futuro a un sector económico.

El problema del turismo es que el sistema capitalista lo convierte en oro o te lo quita todo. El turismo es un gran invento hasta que se descontrola y se vuelve depredador o te abandona. Un reconocido Chef decía que su negocio depende de que un cliente tome un avión en la otra punta del mundo y venga a comer a su restaurante gastronómico.

El problema viene de la resignación colectiva. “Si no tenemos otra cosa ¿qué vamos a hacer? ¿ir contra ella?” Esta perniciosa pregunta nos conduce a la ruina porque nos condena a ser un barco a la deriva. La cuestión no es resignarse sino preguntarnos qué podemos hacer entre todos para diversificar nuestra economía.

Estamos mucho más pendientes de lo que dice Fernando Simón y de las cifras del contagio para saber cuándo acaba todo esto que de reclamar o construir entre todos una política de promoción económica y de inversión pública o privada que cambie la realidad de Cádiz.

Puede resultar ridículo e incluso prepotente pedirles a las empresas de la hostelería y la restauración que en esta situación de agonía hagan una reflexión de coaching iluminado. Todos están haciendo números, tramitando ERTEs, negociando deudas y nadie tiene un suspiro para hacer una reflexión.

Habría que recordar aquí las palabras del profesor Nuccio Ordine de la Universidad de Calandria: “Si no te paras y te recoges, no reflexionas, no piensas, no puedes aprender”. Si una crisis como esta no sirve para aprender ¿Para qué sirve? ¿Para negociar con el banco las pérdidas? ¿Para que el poder financiero vuelva a ganar a costa del sufrimiento de todos?

Tenemos la ocasión de mejorar la gastronomía y el destino culinario. El hostelero, el pequeño empresario, el autónomo que no sea capaz de aprender de esta crisis y siga haciendo lo mismo cuando acabe el puñetero virus, estará perdiendo una gran oportunidad.

De paso, esta crisis también es una gran lección para aquellos que se creen imprescindibles. Para los que piensan que su poder o su posición de privilegio le van a durar eternamente. Solo el paso de los años y la enfermedad nos recuerdan que somos mortales.

Proponía Mona Chollet en el periódico El País el pasado sábado liberar el uso del tiempo de la obsesión mercantilista por la productividad: “Este mundo valora el ajetreo frenético, la rentabilización del más mínimo instante. El confinamiento nos libera de los horarios que habitualmente dan a nuestras vidas un ritmo jadeante y sincopado.”

Los negocios gaditanos han cerrado sus puertas con estoicismo. Hay una poética de guerra. El virus ha convertido a los sanitarios en soldados y a los soldados en barrenderos de la vía pública. La narrativa del cierre de los hosteleros ha transformado el centro histórico en un Gastro Gueto que ha comunicado a sus clientes el cierre en carteles pegados en los cristales de sus establecimientos de la forma más diversa.

“Cerrado por motivos de seguridad”, “Salud para mis clientes y para todo el mundo en general” publicaba el bar de la calle Sagasta esquina a Sacramento. La Marina declaraba “Colaboración social para frenar la pandemia”. Eutimio anunciaba que están “Comprometidos con la salud de las personas”. La Tapería de Columela transmitía un mensaje muy institucional de “calma y fuerza a las personas afectadas” y reclamaba unidad. ISI informaba que estarán “cerrados hasta nuevo aviso, respetando las indicaciones dadas por las instituciones correspondientes” y otros cierran “hasta que pase el estado de alarma ordenado por el gobierno”. Finalmente, la pastelería Alameda, en la calle Sacramento, escribía a mano como si fuera el testamento de un condenado a muerte y sobre un cartón de tarta, “GRACIAS”.

Dar de comer en el espacio público es una esperanza cierta porque sabemos que esto es pasajero. Todos quieren volver a su rutina como máquinas. Aprender de todo esto y hacer un ejercicio de reflexión solo está al alcance de unos pocos.

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